lunes, 2 de abril de 2012

Consejos para leer en el orden correcto

En el margen derecho, donde dice "Archivos del blog" he ordenado las entradas de acuerdo al orden que figuran en el libro, por lo tanto, aconsejo ir leyendo las entradas desde la primera hacia abajo. Muy obvio, pero lo que abunda no daña.
Un abrazo
Carlos Erasmo Aguirre

domingo, 11 de marzo de 2012

PARTE TERCERA: Conclusiones y Aperturas


ARGENTINA EN LA COMUNIDAD MUNDIAL
   
He expuesto nuestro Modelo Argentino en términos de transformación de la comunidad nacional, deseando profundamente que sirva a nuestra Patria como nación autónoma y plena.
Pero la Argentina opera dentro de la sociedad mundial y esto no es incompatible con su independencia esencial. Veo con claridad que la sociedad mundial se orienta hacia un universalismo que, en un futuro relativamente cercano, nos puede conducir hacia formas integradas en el orden político tanto como en el económico y social.
Estamos en la aurora de un nuevo renacimiento, pero seríamos muy ingenuos si confiáramos en que tal renacimiento resultará un producto espontáneo de la historia del mundo. Como participamos de una etapa en la cual las determinaciones políticas básicas se dan en el nivel de los pueblos organizados en Estados, la unión que conduzca al universalismo sólo puede provenir de los pueblos mismos antes que de decisiones arbitrarias. La experiencia histórica así lo enseña.
Los grandes problemas mundiales que se vislumbran en función de un panorama histórico general, pueden agruparse de la siguiente manera:
a) La sobre población en relación con las disponibilidades de recursos dominantes, especialmente alimentos.
b) El agotamiento de recursos naturales no reproducibles.
c) La preservación del ámbito ecológico.
Tales problemas pueden tener solución adecuada si se comprende que el universalismo no puede reducirse al ámbito de la concepción teórica, sino que debe hacerse efectivo a través de un proceso integral que comprometa a toda la humanidad.
Creo que esta línea de pensamiento se instala en la Carta Pastoral Gadium et Spes cuando afirma que “el género humano puede y debe no sólo perfeccionar su dominio sobre las cosas creadas, sino que le corresponde además establecer un orden político, económico y social que esté más al servicio del hombre y permita a cada uno y a su grupo afirmar y cultivar su propia dignidad”.
El itinerario está trazado; debemos prepararnos para recorrerlo. Una difícil y sutil tarea es ésta para los hombres del futuro: lograr una integración que no consista en una nueva manifestación enmascarada de imperialismo; compatibilizar el universalismo con la indispensable preservación de la identidad de los pueblos.
Así como sostuve que una auténtica comunidad organizada no puede realizarse si no se realiza plenamente cada uno de sus ciudadanos, pienso que es imposible concebir una integración mundial armónica sobre la base de una nivelación indiscriminada que despersonalice a los pueblos y enajene su verdad histórica.
Para nosotros, los argentinos, esta ardua labor nos exige robustecer desde ya una profunda cultura nacional, como único camino para consolidar el ser nacional y para preservar su unidad en las etapas que se avecinan.
La liberación en todos los terrenos es insoslayable requisito para ingresar en el proceso universalista.
Resulta así que para constituir al mundo como un ente armónicamente integrado es necesario liberarse de dominadores particulares. Paralelamente deben considerarse dos etapas esenciales a las que me he referido en numerosas oportunidades: la del continentalismo y la del Tercer Mundo.
La etapa del continentalismo configura una transición necesaria. Los países han de unirse progresivamente sobre la base de la vecindad geográfica, sin pequeños imperialismos locales. Esta es la concepción general con respecto a los continentes, y específicamente la concepción de Argentina para Latinoamérica: justa, abierta, generosa y, sobre todas las cosas, sincera.
Debemos actuar unidos para estructurar a Latinoamérica dentro del concepto de comunidad organizada, y es preciso contribuir al proceso con toda la visión, perseverancia y tesón que haga falta.
Tenemos que asumir el principio básico de que “Latinoamérica es de los latinoamericanos”.
Quiero refirmar con énfasis que nuestra proposición no es agresiva: simplemente recoge la enseñanza de la historia y la proyecta hacia el futuro, incorporando la constructiva cooperación estrecha con todos los países.
Para cumplir plenamente con el programa universalista, debemos tener total independencia de decisiones, y ello requiere una Latinoamérica con individualidad propia.
Como latinoamericanos, atesoramos una historia tras de nosotros: el futuro no nos perdonaría haberla traicionado.
No cabe duda que el Tercer Mundo debería conformarse como una extensa y generosa comunidad organizada. El Modelo Argentino incorpora y sintetiza nuestra “Tercera Posición”, pero no puede dejar de reconocer que “Tercer Mundo” y “ Tercera Posición” no significan lo mismo.
La Tercera Posición es una concepción filosófica y política. No todos los países que integran el “Tercer Mundo” participan necesariamente de ella. Es prudente admitir, en consecuencia, que la fortaleza del Tercer Mundo ha de residir precisamente en la sólida configuración de un movimiento que respete la pluralidad ideológica, siempre que conserve el denominador común de la liberación.
Por otra parte, existen como factores aglutinantes la comunidad de propósitos, la vocación mundial auténtica y el hecho de que nuestros países alberguen grandes reservas de recursos naturales no reproducibles.
No se trata de promover una suerte de revancha histórica. Sólo de usar positiva y creativamente las reservas que la historia ha puesto en los países del Tercer Mundo, como condición básica de la sociedad mundial universalista que nosotros queremos.
La configuración del Tercer Mundo no ha de realizarse por generación espontánea. Por el contrario, debe surgir de un proceso deliberado y consciente y, por lo tanto, programado. Su realización requiere toda la eficiencia necesaria para que la comunidad del Tercer Mundo quede al abrigo de oposiciones disolventes tanto internas como externas.
La experiencia nos indica que un Tercer Mundo vinculado sólo a través de lo sociopolítico será inevitablemente débil en su conformación, mientras que, si actúa en profundidad con vínculos económicos bien definidos, habrá de gestar su propia importancia económica.
Desde el punto de vista político, se trata de lograr un nivel aceptable de coincidencias entre todos los países que se hallan fuera de la franja industrial del hemisferio norte, con las inevitables excepciones. Estoy pensando en América Latina, Africa, Medio Oriente y Asia, sin distinciones ideológicas.
Los intereses de aproximación internacional han surgido generalmente a partir de problemas concretos y sin una previa visión universalista. En este sentido, no respondieron a las auténticas necesidades de los pueblos, sino a los intereses particulares de los grandes grupos de poder. Es preciso ahora revertir el proceso, elaborando a la luz de la voluntad de los pueblos los procesos que habrán de contribuir a la futura comunidad mundial.
El hombre es el único ser de la Creación que necesita “habitar” para realizar acabadamente su esencia. El animal construye una guarida transitoria, pero aquél instaura una morada en la tierra: eso es la Patria.
Es mi deseo que nadie bastardee la palabra “Patria”, convirtiéndola en un rótulo vacío Nuestros heroicos próceres no necesitaron desgastarla para comprender que alude a esa profunda mística que, recíprocamente, habita en el corazón de cada uno de los hombres.
El universalismo constituye un horizonte que ya se vislumbra, y no hay contradicción alguna en afirmar que la posibilidad de sumarnos a esta etapa naciente, descansa en la exigencia de ser más argentinos que nunca. El desarraigo anula al hombre y lo convierte en indefinido habitante de un universo ajeno.
En esta etapa de mi vida, quiero como nunca para mis conciudadanos justicia y paz, convoco con emoción a todos los argentinos a hundir hondas raíces en su tierra grande y generosa, como único camino esencial para florecer en el mundo.  

JUAN DOMINGO PERON

Las Fuerzas Armadas

Pienso que el mundo del futuro tiene una sola posibilidad para poder realizarse: adoptar la concepción universalista, es decir, concebirse totalmente integrado. Para ello, es imprescindible que las naciones ingresen decididamente por el camino de la paz.
Sin embargo, la organización del mundo según la concepción universalista no implica la desaparición de fricciones y discrepancias en el orden internacional, especialmente durante las etapas de gestación de ese nuevo mundo. Tampoco excluye totalmente las posibilidades de que se produzcan conflictos bélicos, a través de los cuales determinados grupos, especialmente los económicos, pretenderán satisfacer sus propios intereses.
Es más, la marcha hacia el universalismo en sus sucesivas etapas nacional, regional y continental, se caracterizará por la lucha que desarrollarán las naciones para independizarse de los imperialismos que las mantienen oprimidas.
El Modelo Argentino define claramente el estilo nacional que deberá identificar a la República en el futuro y, además, establece los grandes objetivos que deberán alcanzarse para lograr la total liberación nacional.
Tal circunstancia implica que las Fuerzas Armadas, adecuadamente reorganizadas en base al potencial real de la Nación y a las verdaderas exigencias de la Defensa Nacional, se apresten a respaldar firmemente la transformación que marca la República. Transformación que, por otra parte, no es más que la materialización del deseo manifestado por el pueblo argentino de eliminar definitivamente las formas de opresión de distinta naturaleza que durante decenios ejerció el imperialismo, para detener, en beneficio propio, el desarrollo nacional.
A fin de enmarcar con precisión las misiones que cumplirán las instituciones armadas, deberá tenerse particularmente en cuenta que no sólo se limitarán a prepararse para el desarrollo específicamente militar, sino que participarán decididamente en el proceso de liberación nacional, contra toda forma de imperialismo interno o externo.
Dicha intervención se concretará mediante actividades de apoyo a la comunidad y a través de acciones de tipo educativo que se dirigirán especialmente sobre el personal de tropa  que anualmente pasa por sus filas, y que se extenderán al personal de cuadros, quien tendrá a su cargo difundir y predicar la Doctrina Nacional. Doctrina que sintetizándola, podríamos definir como las máximas aspiraciones argentinas, vertidas en el Proyecto Nacional.
Las Fuerzas Armadas son parte del pueblo y, como tal, están integradas con el mismo. La unión y solidaridad del pueblo y las Fuerzas Armadas son una precondición para que fructifique la Democracia Social de nuestro Modelo Argentino.
En consecuencia, a las Fuerzas Armadas, como a cualquier otro sector de nuestra sociedad, les compete desempeñar un rol preponderante en la Defensa Nacional. Esto significa que si bien nuestras instituciones armadas, ante la eventualidad de un conflicto militar, constituirán la columna vertebral del sistema de defensa, su participación no se limitará a prepararse para esas posibilidades. También colaborarán firmemente en los esfuerzos en que se empeña el Estado Argentino y el resto de los sectores nacionales, con la finalidad de alcanzar y consolidar el desarrollo armónico de la República.
Nuestras Fuerzas Armadas asumieron plenamente la tarea de defensa contra el neocolonialismo y su compromiso consiste en la participación activa en la reconstrucción del país, realizada con sentido nacional, social y cristiano.
Un nuevo aporte, en estas circunstancias, será el de contribuir a la formulación del Proyecto Nacional, como otro grupo efectivo de pensamiento de los que conforman la comunidad argentina, señalando para cada uno de los campos que responden al quehacer nacional, qué es lo que conciben más apropiado para lograr la grandeza y la felicidad del pueblo argentino.
A fin de cumplir con eficiencia las misiones generales señaladas, nuestras instituciones castrenses deberán reunir ciertas características que enunciadas configuran el modelo de Fuerzas Armadas que necesita el país para respaldar su futuro.
Consecuentemente las Fuerzas Armadas argentinas deben:
  1. Tener un profundo conocimiento de los objetivos nacionales y consustanciarse con ellos.
  2. Integrarse estrecha y realmente con el pueblo del cual se nutren y a quien se deben.
  3. Establecer íntimo contacto con los diferentes sectores de la sociedad, a fin de comprender sus problemas y necesidades, única forma para materializar objetivos comunes.
  4. Elaborar la estrategia militar basada en la que adopte el Estado. Consecuentemente, elaborar la Doctrina Militar Nacional, y estructurar las organizaciones adecuadas para satisfacer sus exigencias.
  5. Desarrollar una verdadera doctrina conjunta, que facilite y haga más eficiente el accionar militar.
  6. Cooparticipar activamente en el desarrollo nacional fomentando áreas aún no abarcadas por los sectores privados, y vinculadas con la Defensa Nacional.
  7. Impulsar decididamente la actividad científico-técnica, con la finalidad de desarrollar una industria bélica nacional que la autoabastezca, eliminando la dependencia del extranjero.
  8. Sumar su acción a los esfuerzos que los sectores nacionales realizan en las distintas áreas de la comunidad, para romper con la sujeción material o espiritual ejercida por los grandes intereses extranacionales.
  9. Participar activamente con su tecnología, medios y personal, en la ejecución de los programas industriales que se realicen en el ámbito civil, fundamentalmente en aquellos de importancia estratégica, como el Plan Siderúrgico Nacional, y en los que sean fuentes de producción para sus propias necesidades.
  10. Cooperar con la comunidad en cuanta oportunidad pueda prestar su concurso en pro del bienestar del pueblo.
Así concibo a nuestras Fuerzas Armadas, consustanciadas con nuestro pueblo en una estrecha e indestructible unidad espiritual.  

La Iglesia

Existe una cabal coincidencia entre nuestra concepción del hombre y del mundo, nuestra interpretación de la justicia social y los principios esenciales de la Iglesia.
Ya en otra oportunidad busqué ofrecer una visión espiritual y trascendente del hombre, y puesto peculiar en la historia y la realidad.
Un hombre hecho a imagen y semejanza de Dios, realizando su existencia como sujeto histórico que desempeña en el mundo una misión espiritual única entre los seres de la Creación. Tal hombre realizado en la comunidad está lejos de concretar fines egoístas o burdamente materiales pues como ya lo sabían los griegos, no hay equilibrio posible en una comunidad en la que el alma de sus hombres ha perdido una armonía espiritual.
En este sentido, no sólo los principios filosóficos guardan plena coherencia: la Iglesia y el Justicialismo instauran una misma ética, fundamento de una moral común, y una idéntica prédica por la paz y el amor entre los hombres.
No vacilo en afirmar que toda configuración sociopolítica tanto nacional como mundial supone, además de una clara exigencia nacional, una sólida fe superior, que impregne de sentido trascendente los logros humanos.
Si en las realizaciones históricas dependemos de nuestra propia creatividad y de nuestro propio esfuerzo, el sentido último de toda la obra estará cimentado siempre sobre los valores permanentes.
No pretendo evaluar integralmente la concepción de la Iglesia, a los propósitos de un modelo temporal como es el Modelo Argentino.
Pero estoy seguro, eso sí, que el llamamiento de las cartas encíclicas, las constituciones pastorales y las cartas apostólicas -particularmente las más recientes- constituyen para nosotros un aporte claro y profundo. Pienso que, en este terreno, el Modelo Argentino sólo necesita que ese mensaje sea adaptado eficientemente.
Presento un Modelo nacional, social y cristiano.
Al núcleo trascendente del hombre argentino va esta propuesta: es hora de superar una visión materialista que amenaza aturdir al ciudadano con incitaciones sensoriales que dispersan su vida interior.
La ruta que debemos recorrer activamente es la misma que definen las Escrituras: un camino de fe, de amor y de justicia, para un hombre argentino cada vez más sediento de verdad. 

Los Empresarios

Para calificar la función del empresariado en la democracia social argentina, partimos de que la empresa es organizada sobre una base humanista. Los criterios para ello nacen de la esencia de este Modelo Argentino, social y cristiano.
El primer objetivo de la empresa en una sociedad que quiere justicia social auténtica, no es simplemente el beneficio, sino el servicio del país.
El beneficio de la empresa, en nuestra concepción, debe establecerse de forma tal que siempre se asegure una retribución justa al empresario como factor de producción lo cual incluye cierta retribución de riesgo que se hace mínimo en la medida en que se trabaje con planificación; y que determina también que los frutos del progreso se difundan a toda la comunidad a través del sistema de precios.
Sólo cuando el empresariado procura prestar el mayor servicio al país admitiendo límites mínimos y máximos a su beneficio, puede coincidir lo que es conveniente tanto para el empresario como para el país. Esta coincidencia es una precondición para que exista una democracia verdaderamente social.
La admisión del concepto de que la empresa constituye un bien social, que la participación de los trabajadores en su funcionamiento y beneficio de una realidad irreversible, constituyen elementos de juicio que deben ser adecuadamente reglamentados.
Otro aspecto reside en la participación de los empresarios en las decisiones. La fisonomía de esta participación admite formas que van desde el asesoramiento del gobierno, hasta compartir ciertas actividades con él. Será la sociedad la que determinará, a través de sus mecanismos idóneos, cuál será la competencia específica que le corresponda en cada caso.
La empresa debe ser concebida como un sistema cuya eficiencia debe ser siempre incrementada.
Ella es el ámbito esencial de aplicación de la tecnología en el proceso productivo y reconocemos que básicamente la expansión de esa producción se debe originar en el efecto de la eficiencia.
Se reconoce también como decisivo el aporte del empresariado a la estructura de precios que en todo momento debe adecuarse al desarrollo deseado.
Desde el punto de vista del beneficio empresario, el mismo debe guardar estrecha relación con la aspiración de trasladar a la comunidad los frutos del proceso, a través del sistema de precios.
Esto implica la necesidad de establecer las formas de producción y comercialización que sean intrínsecamente más aptas para funcionar dentro del Modelo requerido. La sociedad deberá decidir sobre ello, considerando separadamente  cada actividad de desarrollo. 

Los Intelectuales

El mundo vive un período de extraordinaria evolución en los ámbitos científico-tecnológico y filosófico, lo que origina cambios trascendentales, muchos de los cuales ocurren a lo largo de la vida de un solo hombre.
La figura del intelectual constituye un verdadero seguro contra la incertidumbre y la vacilación.
El futuro debe edificarse sobre bases tanto filosóficas como eminentemente prácticas. Por ello, el intelectual debe remitirse a interpretar el cambio y a visualizarlo con suficiente anticipación; a poner en juego la inteligencia junto con la erudición, la ciencia social junto con la ciencia física, el mundo de las ideas junto con el de la materia y el del espíritu y la idea junto con la creación concreta.
Se hace necesaria la presencia activa del intelectual en todas las manifestaciones de la vida. Pasó la época en que podía admitirse la carencia o evasión de talentos.
Cuando rige una sociedad competitiva, que se mueve económicamente en función del beneficio y que no valoriza el costo social de su forma de ser, la necesidad de la intelectualidad se remite básicamente a los procesos de producción y a las exigencias del mercado.
Los intelectuales de las ciencias sociales quedan allí al ser evaluadores de un cambio social, de cuyo proyecto no participan y resultan idealistas, trabajadores conceptuales de alto  nivel, pero no activistas del cambio.
Cuando, por el contrario, se quiere construir una democracia social en la cual se produce según las necesidades del hombre, se valoriza al hombre en función social como el fin de la tarea de la sociedad, se asume la necesidad de trabajar con programación y con participación auténtica, y se toma la responsabilidad de formalizar un Proyecto Nacional y de concebir la sociedad del futuro y trabajar para ella en un proceso, la dimensión de la tarea intelectual que ese proceso requiere se hace realmente muy grande.
Para identificar en nuestro medio el papel de los intelectuales baste recordar que el Proyecto Nacional a que aspiramos tiene valor no sólo conceptual sino práctico, y resulta de una tarea interdisciplinaria. Para ello debe tenerse en cuenta especialmente lo que los intelectuales conciben, lo que el país quiere y lo que resulta posible realizar.
Su tarea de aporte a la reconstrucción de la argentinidad está así claramente definida. La forma de enfrentarla está también precisada por el hecho de que la labor debe ser realizada de todos los elementos que representan a nuestra comunidad.
Toca a la intelectualidad argentina organizarse para asumir su papel. El intelectual argentino debe participar en el proceso cualquiera sea el país en que se encuentre.
No han de bastar para ello las declaraciones ampulosas.
El sistema liberal ha formado intelectuales para frustrarlos. Les ha negado participación y ha creado las condiciones para que no exista reconocimiento social ni reconocimiento económico a su labor.
La distorsión de la escala de valores ha sido tan absurda, que el intelectual argentino ha terminado siendo un extraño en su propia tierra.
La comunidad que deseamos consolidar tiene que desarrollar un conocimiento social adecuado a la labor del intelectual auténtico y adoptar previsiones que preserven siempre este estado de cosas. Se trata no sólo del reconocimiento económico, sino particularmente de su valorización social y política. Se trata también de su participación y de establecer medios de evaluación del intelectual auténtico.
Queremos, por lo tanto, una sociedad en la que el hombre valga por sus conocimientos y sus condiciones morales, y no por sus diplomas y sus vinculaciones sociales.
Esto exige un adecuado régimen universitario y la vigencia constitucional de los derechos del intelectual. 

Los Trabajadores

En nuestra concepción, el trabajo es un derecho y es un deber, porque es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume.
Los trabajadores constituyen uno de los pilares del proceso de cambio.
En el momento en que teníamos que rescatar a la sociedad argentina de una concepción liberal, los trabajadores configuraron la columna vertebral del proceso. En la comunidad a que aspiramos, la organización de los trabajadores es condición imprescindible para la solución auténtica del pueblo.
A partir del principio de la libre posibilidad de construir sindicatos, el Justicialismo siempre sustentóse en el criterio de la indivisibilidad de la clase obrera organizada. En consecuencia, una sola central obrera.
El fundamento del vínculo es la solidaridad. Las organizaciones sindicales viven el impulso de esa solidaridad, que es la que da carácter permanente a la organización, y la única fuerza indestructible que la aglutina. Ello con el claro sentido de que, además de la solidaridad de la organización, está vigente la esencia de la solidaridad individual de los hombres que la integran, por la sola razón de ser trabajadores.
Los objetivos de las organizaciones de trabajadores residen en la participación plena, la colaboración institucionalizada en la formulación del Proyecto Nacional y su instrumentación en la tarea de desarrollo del país.
Los trabajadores tienen que organizarse para que su participación trascienda largamente de la discusión de salarios y condiciones de trabajo. El país necesita que los trabajadores, como grupo social, definan cuál es la comunidad a la que aspiran, de la misma manera que los demás grupos políticos y sociales.
Se requiere la presencia activa de los trabajadores en todos los niveles.
Ello exige actualización y capacitación intensas, y exige también que la idea constituya el medio esencial que supere a todos los demás instrumentos de lucha.
Las organizaciones sindicales no valen sólo por la cantidad de los componentes que agrupan, sino también por los dirigentes capacitados que las conducen. Debe procederse a la formación de líderes en todos los niveles.
Ello es fundamental para que los trabajadores cumplan con toda la responsabilidad que este Modelo Argentino les asigna.
La capacidad para decidir y para participar en las organizaciones de los trabajadores, forman parte de las condiciones fundamentales del dirigente gremial.
Los Derechos del Trabajador, consagrados en nuestra reforma constitucional de 1949, tienen plena vigencia e integran este Modelo. Los derechos a trabajar, a una retribución justa, a la capacitación, a condiciones dignas de trabajo, a la preservación de la salud, al bienestar, a la seguridad social, a la protección de su familia, al mejoramiento económico y a la defensa de los intereses profesionales, contenidos en dicha reforma, tiene que ser adicionados con el derecho a la participación plena, en los ámbitos a los cuales el trabajador sea convocado por leyes especiales, y además con el derecho de participación en el ámbito de las empresas en las cuales se desenvuelve.